miércoles, 10 de febrero de 2016

Y a la Literatura, ¿qué le importan las nimiedades de Ciudad y Barrio?


Acá otro extracto de texto que estoy formando, como digo, iré poniendo, siempre que pueda, partes de redacción que luego serán un trabajo más grande.
Acá dos de los personajes que me han ido secuestrando la voz y el tintero.

Aquí empieza el texto hasta el final del post:

-Escribir no puede ser tan malo- Le dije.
-Aunque siempre tenemos la esperanza vana de ser lo que escribimos, fundir la identidad que no podemos definir pero que traemos a rastra, con esta otra ecuación sin balancear en el acto mismo de la escritura-

-Puede ser- Supuso ella.
-Pero, ¡porqué adherirse a la fuerza de un deseo que te desgasta, y que por su misma naturaleza despoja de su principio liberador a la escritura? -
Entonces respondo:
-Así como lo decís, sería la escritura, y no el acto de escribir propiamente.  Y yo creo que el acto de escribir es el punto de conjunción de la liberación radical del ser con esa fuerza que lo oprime hacia adentro, no la escritura.  Aunque no quiero parecer, ni parecen suficientemente honestos los positivistas, que ven en el hecho un ídolo que les dobla sus rodillas, me parece que, en el evento de todo suceso, si me sigues, se da una, por decirlo así, intemporalidad, un   abandono, un desamparo de las formas temibles, una holgazanería de las dimensiones taciturnas del ente.
Podría decir incluso, sin temor a retractarme, que la excitación al pasar del acto de la escritura hacia la escritura misma determina en gran medida la originalidad del estilo, pero el estilo visto como un candente horno del ser, no según la modernidad, donde el estilo ligado a las sociedades pequeño burguesas y pragmatistas, es una consecuencia de la destreza individual, si se quiere, un A.D.N del arte literario.
¡Qué burdo!  El tiempo se encargará de esa   corriente, que conviene y se satisface más en la escritura que en su acto.

-No lo creo, ¿cómo puede uno sustentar un objeto de estudio como el que propones, un evento?  En cambio, la sustancia está en la escritura, en lo que se dice, en relación a lo que se calla.  - Replica algo irritada.

- ¡ah!, por eso no lo he propuesto, el acto de escribir estará tanto más seguro de los depredadores de la modernidad, en tanto menos algoritmos y diagramas puedan llevarnos al acto puro de la escritura.  Y el silencio, lo que se calla por sobre lo que se dice, es evidencia, no de otra cosa, sino de que nadie puede simular el acto de la escritura, aunque desde luego, no es así con la escritura misma, la cual, los oportunistas de la audiencia y el público aprovechan y diseminan toda clase de vanguardias, movimientos literarios y hasta un particular estilo propio en que el artista debe sentir su obra en relación al mundo.  Esos escriben cartas, confesiones, descripciones del tiempo o algo tan común hoy en día como pornografía literaria, incluso describen hasta aparatosos sentimientos y retratos citadinos, creyendo con esto que así la literatura es más fiable, transparente y verosímil, pero nunca, por decirlo de algún modo, han sido el acto puro de la escritura.

Conforme cada palabra lenta y pasional iba saliendo a encontrar su presencia, ella se fue retrayendo al menú sobre la mesa.  La pequeña plática había   terminado, me levanté y recorrí la pequeña estancia, me aproximé  hacia un rescoldo de la barra justo donde se entreabría el diminuto sanitario para los clientes,  el  joven al interior de la barra comprendió mi gesto y tomó el dinero, aguardé el cambio, suponiendo otra tarde, tal vez  ponderando  las  decisiones que tomaron poetas como Hölderlin, Whitman y  Rimbaud, su infinito universo de azares y causas entre lo que ya sabían y lo que aprendieron,  entre la radical acogida de este universo que  te subduce como una  placa oceánica   en un momento histórico determinado, y la variabilidad y el desorden de la lluvia que caía afuera como sonrisa patética de recién nacido.

Volví a la mesa y, sin darme tiempo ella puso su parte de las bebidas junto a mi mano, y en pie, se ciñó hacia la salida.

Deseé que los alejandrinos franceses se derrumbaran para escuchar solo lo que aconteció entre cada una de esas letras, el susurro de la brisa, no las pantomimas del invierno, el instante cuántico de Schumann no el escape tísico de las hondas.

Caminamos dos esquinas y dimos vuelta, me habló de las implicaciones   fisiológicas y ´psicológicas de la gastronomía, le presté atención, me interesaba.
Nos vemos muchas veces, aunque, ahora pretendo escucharme a mí mismo cuando hablo, y aplicar mis sutiles pasiones estéticas a la vida culinaria.



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