Acá otro extracto de texto que estoy formando, como digo,
iré poniendo, siempre que pueda, partes de redacción que luego serán un trabajo
más grande.
Acá dos de los personajes que me han ido secuestrando la
voz y el tintero.
Aquí empieza el texto hasta el final del post:
-Escribir no puede ser tan malo- Le dije.
-Aunque siempre tenemos la esperanza vana de ser lo que
escribimos, fundir la identidad que no podemos definir pero que traemos a rastra,
con esta otra ecuación sin balancear en el acto mismo de la escritura-
-Puede ser- Supuso ella.
-Pero, ¡porqué adherirse a la fuerza de un deseo que te
desgasta, y que por su misma naturaleza despoja de su principio liberador a la escritura?
-
Entonces respondo:
-Así como lo decís, sería la escritura, y no el acto de
escribir propiamente. Y yo creo que el
acto de escribir es el punto de conjunción de la liberación radical del ser con
esa fuerza que lo oprime hacia adentro, no la escritura. Aunque no quiero parecer, ni parecen
suficientemente honestos los positivistas, que ven en el hecho un ídolo que les
dobla sus rodillas, me parece que, en el evento de todo suceso, si me sigues,
se da una, por decirlo así, intemporalidad, un
abandono, un desamparo de las formas temibles, una holgazanería de las
dimensiones taciturnas del ente.
Podría
decir incluso, sin temor a retractarme, que la excitación al pasar del acto de
la escritura hacia la escritura misma determina en gran medida la originalidad
del estilo, pero el estilo visto como un candente horno del ser, no según la modernidad,
donde el estilo ligado a las sociedades pequeño burguesas y pragmatistas, es
una consecuencia de la destreza individual, si se quiere, un A.D.N del arte
literario.
¡Qué
burdo! El tiempo se encargará de
esa corriente, que conviene y se satisface
más en la escritura que en su acto.
-No lo
creo, ¿cómo puede uno sustentar un objeto de estudio como el que propones, un
evento? En cambio, la sustancia está en
la escritura, en lo que se dice, en relación a lo que se calla. - Replica algo irritada.
- ¡ah!,
por eso no lo he propuesto, el acto de escribir estará tanto más seguro de los
depredadores de la modernidad, en tanto menos algoritmos y diagramas puedan llevarnos
al acto puro de la escritura. Y el
silencio, lo que se calla por sobre lo que se dice, es evidencia, no de otra
cosa, sino de que nadie puede simular el acto de la escritura, aunque desde
luego, no es así con la escritura misma, la cual, los oportunistas de la
audiencia y el público aprovechan y diseminan toda clase de vanguardias, movimientos
literarios y hasta un particular estilo propio en que el artista debe sentir su
obra en relación al mundo. Esos escriben
cartas, confesiones, descripciones del tiempo o algo tan común hoy en día como
pornografía literaria, incluso describen hasta aparatosos sentimientos y
retratos citadinos, creyendo con esto que así la literatura es más fiable,
transparente y verosímil, pero nunca, por decirlo de algún modo, han sido el
acto puro de la escritura.
Conforme
cada palabra lenta y pasional iba saliendo a encontrar su presencia, ella se
fue retrayendo al menú sobre la mesa. La
pequeña plática había terminado, me
levanté y recorrí la pequeña estancia, me aproximé hacia un rescoldo de la barra justo donde se
entreabría el diminuto sanitario para los clientes, el
joven al interior de la barra comprendió mi gesto y tomó el dinero,
aguardé el cambio, suponiendo otra tarde, tal vez ponderando
las decisiones que tomaron poetas
como Hölderlin, Whitman y Rimbaud, su
infinito universo de azares y causas entre lo que ya sabían y lo que
aprendieron, entre la radical acogida de
este universo que te subduce como
una placa oceánica en un momento histórico determinado, y la
variabilidad y el desorden de la lluvia que caía afuera como sonrisa patética
de recién nacido.
Volví a
la mesa y, sin darme tiempo ella puso su parte de las bebidas junto a mi mano,
y en pie, se ciñó hacia la salida.
Deseé
que los alejandrinos franceses se derrumbaran para escuchar solo lo que
aconteció entre cada una de esas letras, el susurro de la brisa, no las
pantomimas del invierno, el instante cuántico de Schumann no el escape tísico
de las hondas.
Caminamos
dos esquinas y dimos vuelta, me habló de las implicaciones fisiológicas y ´psicológicas de la
gastronomía, le presté atención, me interesaba.
Nos
vemos muchas veces, aunque, ahora pretendo escucharme a mí mismo cuando hablo,
y aplicar mis sutiles pasiones estéticas a la vida culinaria.
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