martes, 26 de enero de 2016

La estación del bus y el pàjaro que da cuerda



¡Es una mierda rara!

Así fue como describí en dos segundos el trabajo de Murakami.

“Crónica  del pájaro que da cuerda al mundo” es un libro lleno  de psicología real, porque la mente es rara.  Por momentos uno no sabe si está dentro de un sueño freudiano o en un thriller. Y cuando la  historia empieza a cambiar, o por lo menos el estilo del narrador, se siente que puede   devenir en novela histórica, pero esto es una pequeña parte del todo, y rápidamente uno vuelve a captar el armazón psicológico  de los personajes.
Aunque tal vez,  lo mejor de los personajes de Murakami, como en este libro, no dependen de sus rasgos psicológicos, sino de su trazo de experiencias, y cómo en el fondo se parecen tanto a los vivos de carne y hueso.

Puede ser tal vez que a Murakami le guste jugar con la densidad y el peso molecular de nuestros sueños, de nuestras vigilias.  Los personajes terminan siendo el sustrato literario  de lo que uno  desea, o piensa que no desea, pero que asume.
Estas palabras no pueden ser coherentes, ya que para referirse  hay que tomar un poco de la esencia del objeto  y, en este caso particular  es un algo muy raro, interesante, e incluso, por algunos lares tenebroso.

El japonés es el único capaz de hacer de un  pozo un halo existencial, un jodido pozo de agua, abandonado,  coincidente en esta característica por  cierto, con el personaje  de la obra.

Puede  que de este modo el autor nos diga que  únicamente encajamos dentro de un universo que ya era nuestro;  solo soñamos lo que ya somos, no la idea de lo que queremos, sino que es el propio sueño el que nos elije, como si fuéramos una lluvia amaestrada de invierno.

Incluso hasta yo sé que,  crear  un texto, como “el pájaro que da cuerda” teniendo como epicentro un ente insustancial en forma de hueco es una maestría total.

En el universo de murakami hay pléyades, constelaciones que se agrupan, rocas que son planetas que son sistemas que son galaxias.  Tiene su estilo,  y se repiten  rasgos convulsivos de otros títulos propios.  Pero lo mejor es que no aburren, ni son vanidades de un autor que aparenta profundidad sin saber de qué va la vida.
En murakami las repeticiones  son bocadillos que saltan y se te meten en la boca.

Por instantes, no sabrás en qué parte del libro estás,  o si caíste al pozo, o si saliste, o si el pozo es la cama, o el pozo sos vos.

Al describir  las relaciones sexuales, que son pocas, ya que ni en broma hay  elemento erótico, hay algo que no puedo masticar.  No me siento cómodo con sus descripciones en este caso,  probablemente porque lo  recrea de forma tan parecida a la realidad, que deja de interesarme.  Sin embargo, me fascina lo que quiere  sugerir a través de los encuentros sexuales, aunque no tengo la  menor idea de lo que sea.  Varios libros he leído, y, como en este caso, he sido incapaz de rumiarlo.  Pero me gusta.

Un último apunte, a pesar del título,  como la mayoría de libros de Murakami, inspirados en canciones,  pude ver al pájaro entre las filminas del libro, pero, nunca, por así decirlo, le vi las plumas.
Otra estrategia deliciosa del japonés.

Al final, luego de hacer tal profesión  coloquial sobre el libro, justamente al amigo que dejé en la estación de autobús, me pregunto si alguna vez
Se atrevería a  leer el libro, o  si, muy al contrario,  le había quitado un lector a Haruki Murakami, me temo,  para siempre.




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