lunes, 1 de febrero de 2016

¡Era misógino! hasta leer a Lispector



No me siento orgulloso, pero ante la falsa postura políticamente correcta de los ilustres, digamos que nosotros, debemos tener un cachete oculto, por si el otro se sonroja de nuestras miserias.
¡Pero aquí está la otra mejilla descarada!

Nosotros los perdedores también podemos ganar de vez en  cuando,  honestidad, aunque de solo decirlo, siento  el rabillo del ojo,  izando su discreto mecanismo de defensa contra los  posibles agresores.

Mientras leía “Aprendizaje  o el Libro de los Placeres” nunca pude entender 5 renglones seguidos del relato, y la misoginia me hizo retroceder varias veces para  asegurarme de que la escritora, era efectivamente, una mujer.

Luego me di cuenta de que era  mi miedo visceral a aceptar una verdad  tan natural  como el agua, pero que socialmente  tiene límites a veces poco franqueables.
Sí, las  mujeres también suelen ser inteligentes, profundas, más profundas que un montón de libros con  autores masculinos, más profundas que la profesión de ideas abstractas  que encierran la ilusión  del pensante  en su imagen más pura, siempre fálica, siempre  habitada por tipos ceñudos y serios.

El título del librito, “Aprendizaje o el  Libro de los placeres”,  carece de atracción, por lo menos para  mí.  Bien podría ser una novelita rosa ambientada en el Manhattan del siglo XX que una publicación   barata en WattPad.
Afortunadamente es una verdadera obra maestra.  Por falta de neuronas, jamás se me hubiera ocurrido que la historia de un  enamoramiento y proceso de conquista pudiera ser escrito de tal forma. 

El texto es profundo, hay que rumiarlo, pasar días enteros dando vueltas  en la casa, tumbarse al piso un poco ebrio y escuchando los insectos de las esquinas del techo y los muebles de madera, o sentarse a escuchar los chismes de acera mientras el viento sopla fuerte en los pensamientos propios que revolotean a su vez sobre los pensamientos de la  autora, o la narradora.  No sé si  en este libro será la misma cosa.

No he llevado a cabo el ejercicio completo, o sea, no he releído y vuelto a leer.  Confieso que  no sería capaz de hacer un examen de comprensión de lectura de la obra, primero porque me  importa un pito la comprensión de lectura,  después porque  no  creo que Lispector escribiera para alguien como yo, y, por último porque no  tengo el más mínimo deber cívico que todo hombre decente debería tener,  mucho menos valor para encarar las  elucubraciones del personaje.

El título de esta entrada es un poco  optimista, lo sé.  Pero al final puede que simbolice lo que  las buenas obras literarias provocan  en  los   apuntes de la senda de un perdedor.

¡Hasta la próxima nota sin lustre!


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