No me siento orgulloso, pero ante la falsa postura
políticamente correcta de los ilustres, digamos que nosotros, debemos tener un
cachete oculto, por si el otro se sonroja de nuestras miserias.
¡Pero aquí está la otra mejilla descarada!
Nosotros los perdedores también podemos ganar de vez en cuando,
honestidad, aunque de solo decirlo, siento el rabillo del ojo, izando su discreto mecanismo de defensa
contra los posibles agresores.
Mientras leía “Aprendizaje o el Libro de los Placeres” nunca pude
entender 5 renglones seguidos del relato, y la misoginia me hizo retroceder
varias veces para asegurarme de que la
escritora, era efectivamente, una mujer.
Luego me di cuenta de que era mi miedo visceral a aceptar una verdad tan natural
como el agua, pero que socialmente
tiene límites a veces poco franqueables.
Sí, las mujeres
también suelen ser inteligentes, profundas, más profundas que un montón de
libros con autores masculinos, más
profundas que la profesión de ideas abstractas
que encierran la ilusión del
pensante en su imagen más pura, siempre
fálica, siempre habitada por tipos
ceñudos y serios.
El título del librito, “Aprendizaje o el Libro de los placeres”, carece de atracción, por lo menos para mí.
Bien podría ser una novelita rosa ambientada en el Manhattan del siglo
XX que una publicación barata en WattPad.
Afortunadamente es una verdadera obra maestra. Por falta de neuronas, jamás se me hubiera
ocurrido que la historia de un
enamoramiento y proceso de conquista pudiera ser escrito de tal
forma.
El texto es profundo, hay que rumiarlo, pasar días enteros
dando vueltas en la casa, tumbarse al
piso un poco ebrio y escuchando los insectos de las esquinas del techo y los
muebles de madera, o sentarse a escuchar los chismes de acera mientras el
viento sopla fuerte en los pensamientos propios que revolotean a su vez sobre
los pensamientos de la autora, o la
narradora. No sé si en este libro será la misma cosa.
No he llevado a cabo el ejercicio completo, o sea, no he
releído y vuelto a leer. Confieso
que no sería capaz de hacer un examen de
comprensión de lectura de la obra, primero porque me importa un pito la comprensión de
lectura, después porque no
creo que Lispector escribiera para alguien como yo, y, por último porque
no tengo el más mínimo deber cívico que
todo hombre decente debería tener, mucho
menos valor para encarar las elucubraciones
del personaje.
El título de esta entrada es un poco optimista, lo sé. Pero al final puede que simbolice lo que las buenas obras literarias provocan en
los apuntes de la senda de un
perdedor.
¡Hasta la próxima nota sin lustre!
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