¿De qué va la vida?
Bueno, tal vez te avisen los poetas, aunque dudo que sepan
algo más de lo que no saben que saben, y de suerte, la marca de su whisky
preferido.
Si algún autor sabe describir en el título de sus
libros la sensación que te producirá
leer su trabajo, ese es Sartre.
Recomiendo pastillas para dormir, para los nervios, y, por
supuesto un momento feliz y frugal dentro de esta cámara de los horrores, ojalá
en un momento de tu vida con una relación personal especial y exquisita, que no
haga perdurar en tu mente las voces sartreanas.
Listos y decentes, estamos preparados para la náusea.
Cualquier tipo que rechaza el nobel de literatura por
considerar que en la dinámica de la sociedad no deben intervenir las
instituciones, si no únicamente las personas mismas, merece alguna letra sin
lustre.
¿Sinopsis? Aquí no se
come eso.
Bueno, digamos, un tipo viaja a un pueblo para escribir un
libro sobre otro tipo que no recuerdo, y mientras escribe su libro, lleva su
diario, y observa que nosotros, homínidos desarrollados, vivimos nuestra vida
como si la contáramos, o, por ponerlo de otra forma, a veces la contamos, como
si de verdad viviéramos lo que contamos.
Les dejo, uno de los extractos donde se intuye mejor algún
pensamiento del personaje del libro, y hasta la mirada del propio Jean Paul
Sartre.
El libro “La Náusea” fue publicado en 1939.
En la escena, mientras el personaje come con un acompañante,
escucha la conversación de dos jóvenes sentados cerca, y lo que sigue lo piensa
para sus adentros.
(Aquí empieza el extracto del libro)
El joven se ríe con
ironía. Ella prosigue:
—No podría soportar
una... decepción.
—Hay que tener
confianza —dice el joven—; así como está, en este momento, usted no vive.
Ella suspira:
—¡Lo sé!
—Mire a Jeannette.
—Sí —dice ella con un
mohín.
—Bueno, a mí me parece
muy bien lo que ha hecho. Ha tenido coraje.
—Pero —dice la
muchacha— ella casi se precipitó sobre la ocasión. Le diré que si yo lo hubiese
querido, habría tenido cientos de ocasiones de ese tipo. Preferí esperar.
—Tuvo usted razón
—dice él tiernamente—, tuvo usted razón de esperarme.
La mujer ríe a su vez:
—¡Qué vanidoso! Yo no
he dicho eso.
No los escucho más: me
irritan. Se acostarán juntos. Lo saben. Cada uno sabe que el otro lo sabe. Pero
como son jóvenes, castos y decentes, como cada uno quiere conservar su propia
estima y la del otro, como el amor es una gran cosa poética que es preciso no
espantar, van varias veces por semana a los bailes y a los restaurantes a
ofrecer el espectáculo de sus pequeñas danzas rituales y mecánicas...
Después de todo, hay
que matar el tiempo. Son jóvenes y robustos, todavía tienen para unos treinta
años. Entonces no se dan prisa, se demoran y no están equivocados. Cuando se
hayan acostado juntos, habrá que buscar otra cosa para ocultar el enorme
absurdo de la existencia. Con todo..., ¿es absolutamente necesario engañarse?
Recorro la sala con la
vista. ¡Qué farsa! Todas esas personas están sentadas con aire de seriedad;
comen. No, no comen: reparan sus fuerzas para llevar a cabo la tarea que les
incumbe. Cada una tiene su pequeño empecinamiento personal que le impide darse
cuenta de que existe; no hay una que no se crea indispensable para alguien o
para algo. ¿No era el Autodidacto el que me decía el otro día: “Nadie más
indicado que Nouçapié para emprender esta vasta síntesis”? Cada uno de ellos
hace una cosita, y nadie más indicado para hacerla. Nadie más indicado que el
viajante de comercio, de allá, para colocar la pasta dentífrica Swan. Nadie más
indicado que ese interesante joven para hurgar bajo las faldas de su vecina. Y
yo estoy entre ellos, y si me miran, han de pensar que no hay nadie más
indicado que yo para hacer lo que hago. Pero yo sé. No lo demuestro, pero sé
que existo y que ellos existen. Y si conociera el arte de persuadir, iría a
sentarme junto al hermoso señor de pelo blanco y le explicaría lo que es la
existencia. Pensando en la cara que pondría, lanzo una carcajada. El
Autodidacto me mira sorprendido. Quisiera detenerme, pero no puedo: me río
hasta las lágrimas.
(Aquí finaliza el
extracto)
Y bien, ¿existes?
Varias veces durante el año regreso a ese restaurante, sueño
que estoy molesto con esa risa explosiva e inesperada, pero luego me acuerdo de
soñarme cómodo, es decir, sin saber que existo.
Sin embargo, Sartre no tendría por qué fingir comodidad. ¡Se casó con una de las intelectuales más prominentes
de Francia del siglo XX!
Este no es de los míos, ¡tiene demasiado estilo para eso!
(Risitas)
Tres minucias
finales. Primero, este trozo literario
no le dejará de sorprender a quien hoy, contra toda corriente moderna y
políticamente correcta, posea suficiente honestidad humana, ya no digamos intelectual.
Segundo, el concepto de lo absurdo no es una consecuencia
del estado de ánimo, sino una forma de afrontar la angustia, y más importante,
nuestra finitud y sus límites.
Tercero, aunque, no sería raro que por instantes estuviéramos
en el lugar del personaje del extracto, que se divierte en la ensoñación de
anunciar a los otros el abismo de la mortalidad y la contingencia humana, seamos
sinceros, todos hemos recorrido hasta el final, no sin cierta picardía de
malhechores, el itinerario puberto de los jóvenes.
Y, como inicié este apunte vilipendiando a los poetas, aquí me
lavo las manos:
¡Juventud Divino Tesoro!
¡Hasta el próximo cóctel de fracasos!
jajaja, habeces, neesito leer un par de veces tus lineas para entenderte bien. y bueno, te diré que si te dices perdedor, y a tus lineas coptél de fracasos, te diré que aún entre los perdedores hay categorías, y a tí te podríamos poner entre los más letrados, con éxito en el léxico que umilla a los menos cultos.
ResponderBorrartus rosas hacen que el blog de un perdedor no valga la pena. xd. xd.
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