lunes, 8 de febrero de 2016

Hacia la Invención de la Soledad



Compartiré, posiblemente de forma intermitente, algunos textos que he pensado como tendones y músculos de un texto más grande.  Algunas veces pueden ser percibidos como cápsulas en la mente de un personaje, otras puede que comparta algún episodio más narrativo.  En definitiva, ya sea soliloquio o diálogo, u alguna otra forma literaria.

Aquí uno de estos primeros textos.

Inventar la soledad.  Ante todo, ¡es algo a lo que se pueda aspirar?
¿No es la soledad un encuentro con la nada?
¿No será un motín del encuentro del ser con el aparente todo?  Por decirlo así, una consecuencia grave del encuentro fracturado de la memoria y el ser.
La memoria recordada, o abordada como un misterio presente, como un objeto casual que forja su presencia desde los ámbitos imposibles de la nada.

¿quién o qué, si nos es dado saber, aspira a inventar la soledad?  ¡no podría ser acaso una ecuación mal equilibrada en el devenir del ser y su existencia, la pantomima de una aurora que quiere amanecer antes, la recalcitrante permanencia en el cielo matutino de un astro que rehúsa lo cóncavo del tiempo y la memoria?

La soledad no es una conducta, ni un comportamiento, mucho menos un estado del ser.  Escucho hombres solos que caminan todas las mañanas, caminan y conversan, toman su desayuno en los transportes públicos, compran el periódico en las esquinas.  Escucho mujeres quejándose del frío, aprovechando la marcha dilatada de los transportes para recurrir al trabajo del maquillaje apresurado.  Las escucho bajar de autobuses, de taxis, de sus vehículos, casi flotar en las aceras y calzadas saturando el murmullo de tacones por las vías.
No sé si están todos solos, pero tienen soledad.  No sé quién, si alguien, en la urdimbre meditada de un jornal humano, ha también urdido inventar soledades y repartirlas en el aire.
Tal vez la soledad sea oxígeno, y las consecuencias de respirarla, el dióxido de carbono.

¿dónde está? ¿alguien la ha visto, ha conversado con ella, le ha levantado pleito alguna mañana siniestra, alguna tarde en que la mierda de las aceras y las aves migratorias tejen, como las Parcas, una comida desabrida y el futuro insomnio de las lámparas?

¡adónde dicen los poetas que está, en qué movimiento subyacente la sitúan los filósofos? ¡De veras siente un filósofo soledad, de verdad saben, por algún mínimo azar, los poetas de qué trata la soledad?
¡pueden inventarla, construirla, llenar de cemento los bloques de hormigón del desencuentro existencial, revestir con un fino acabado los murales de las sombras en el ser?
Ayer, mientras hablaba con alguien pude percibir en la longitud y magnitud de los impulsos eléctricos telefónicos el sabor de las migas de la soledad.  Determiné, por así decirlo, una latitud de filias y fobias que me permitieron aducir que su soledad viajaba entre los cables, subía y bajaba torres   de energía, se curvaba entre las distancias más largas, sostenía, en medio de climas intempestivos y tropicales, toda la fuerza del abismo, el algoritmo que necesita la soledad, la ración de lógica que le es posible aportar a una oscuridad animada que casi llegar a ser, pero que no es.

Luego, abrí mis ojos, abrí la gaveta de mi escritorio, tomé una hoja, un cuadernillo, en realidad, el cual no puedo leer más, pero que conservo, para asumir la realidad que no puede ser desbordada en las cosas físicas, materiales y finitas.  Recuerdo en este pedazo de hoja la amenaza de una persona, ahora lejana, que había apuntado: “La escritura solo empieza cuando dejamos tranquila la soledad de los otros.”

A veces sueño que entro a una casa, es más bien un recinto, no recuerdo de qué manera visto, ni si hay muebles adentro, pero pronuncio palabas exactas.  Eran palabras que alguien ahí adentro esperaba desde siempre, y siempre llego en el momento justo, a la circunstancia determinada, cercado entre el universo y la realidad nauseabunda de las formas físicas que en ese momento me cercan.  Hablo, pero no sé cuánto tiempo permanezco sin esperar una respuesta.  Sé que no estoy solo, hay alguien ahí, el aire ligero me lo dice, el tenue abanico de aire que sueltan sus pupilas cuando parpadea me lo dicen, la vibración del suelo macizo anuncia el débil latido de sus órganos.  Nadie, no hay tiempo, o el tiempo no importa si no está lleno de significado, pero este silencio no tiene sombra, en el sueño no puedo indagar en ningún recuerdo que me permita proyectar mi situación presente, sencillamente estoy seguro de la dimensión física de las cosas, sin conocer por eso, su significado.  Pero, de repente, algo nuevo, imprevisto, casi un titilar en la pestaña izquierda, un escalofrío en el antebrazo derecho, empiezo a sentirme solo, pero no es la misma soledad, es una soledad de niño, un temor inmaduro hacia la oscuridad y el vacío.  Me controlo, permanezco estoico, de pie frente a quien sea que haya esperado, por un tiempo eterno, las palabras que he recién pronunciado; puede que haya traído esta soledad conmigo o tal vez las palabras que hube dicho son la soledad misma y estoy dentro de este paisaje de ajedrez inacabado, como un mensajero de malas noticias, como lluvia que presagia los carnavales del invierno.
Además, ¿quién es esta presencia, por qué no comunica su perfecto estar en medio de un recinto deshabitado, por lo menos, para reducir la realidad saturada de los objetos circundantes?  ¿quién ha dicho mis palabras, si antes de entrar aquí no las recordaba ni las traía en la boca?
Me despierto y respiro, pero no puedo respirar, estoy sorbiendo aire,  ni siquiera estoy  agitado, no hay sobresalto, es solo que no puedo respirar, me falta el aire, me falta, el significado de respirar, no el aire, me falta  acordarme de respirar, estoy médicamente bien, mis pulmones se contraen y expanden,  siento en mis labios, el aire que abandona mis orificios nasales, pero no tengo memoria para respirar, no puedo concatenar este justo segundo con el segundo que ha pasado, no puedo hilar, establecer una dialéctica  de un sistema respiratorio, no encuentro  motivos para respirar, por eso no puedo, no puedo deducir ningún  sentido, nada que me recuerde a la parte de un todo donde todo se configura para dar paso a una pertenencia  sistemática, a un conjunto de razones prefiguradas para que algún  organismo  subsista  en medio de la inmensa avería que es estar sentado, al borde de la  cama.
Descubro, además, minutos después, que esta es la única salida posible para el desencuentro.  Hacer  las minucias cotidianas  y  brindarles el soporte de lo cotidiano es, después de todo, volver a  entregarme a la pregunta por la soledad,,  resultar de nuevo un hombre en este mundo, esparcido entre mis otros compañeros transeúntes, arrojado a una casa por días y días,  para huir de las decisiones que solo yo puedo tomar,  que solo pueden ser  acabadas cuando mis actos conscientes prorrumpan   intempestivamente  en el sueño y ya no  cuestionen sigilosamente al otro, si no que oficie junto a ese  tal  las voces de la escritura.

Lo único, en el fondo, que se hace rutina es el silencio, las aristas inconexas de estar aquí, allá, en un lugar perceptible, el lugar de la fruta recién madurada, el sitio del olor a albahaca y orégano, una porción de tiempo que huele a tiempo en tanto en medio de él transita la experiencia de lo acabado, de lo finito.  El silencio tiene olor y, diferente al abismo es una textura plana, aunque invisible.

A veces para salir del tiempo hay que escribir, para regresar basta la rutina.  Nada cómo sentir la soledad o llenarse de su recuerdo, nunca más con tanta vehemencia e inminencia se está más cerca de perder su significado y caer en las filminas del tiempo.  La sensación de la soledad es un baile social donde se ríe y se congratula a los otros, pero donde nadie es exactamente alguien, es decir, nadie es facultativamente una persona.  Eso no es la soledad ni una invención, es un preludio, un ritual y una ceremonia hechas para recobrar la nitidez de todo hombre ante su vida, ante su rutina, ante su retrato o su tumba.

La pregunta persiste, ¿quién o qué aspira a inventar la soledad?
Fácilmente se presupone la pregunta sobre la soledad cómo relacionada con el ser, pero lejos de recorrer el tiempo hacia atrás me gustaría transitar el presente y por lo tanto la escritura como el único lugar lo suficientemente decente como para tomar por el rabo a la eternidad.




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